martes, 30 de octubre de 2012

¿Podemos escapar de la soledad estructural? Descreo de todo últimamente. Aunque haya decidido militar en su contra, aunque haya tomado el camino contrario, como si la fuerza opuesta lograra mitigarla. Las ficciones son la realidad. Al final, las creamos para sobrevivir (nos), para subsistir sin enloquecer. Concibo animales evolucionados, imaginando entes superiores de todo tipo. Enternecedor. Mientras, la armonía como subtexto, la posibilidad de un continuum que parecía interrumpirse pero no, también sobrevivió. Vivo este paréntesis con tranquilidad, sin sobresaltos, sin grandes emociones ni particular entretenimiento. Pasan los días, unos detrás de los otros, parecidos, nunca iguales, abandonada al devenir.
El dolor volvió, sordo, quedo, constante. Sin quejas, persisto en la indiferencia. No ganarás. Nunca. Siempre seré más fuerte. Como si fuera eterna, en los detalles de la cotideaneidad, centro la atención en lo nimio. ¿Qué más?
El este amenazado por aguas que fluyen de todos lados. La inundación también es simbólica. Aunque me cueste conectar con los desastres naturales. Eso, que es la única verdad, la realidad, tantas veces me excede. Vivo encerrada en mis pequeñas ficciones, inmune, emburbujada, sin que el agua me alcance.
Son épocas.

viernes, 26 de octubre de 2012

Escribí tres post y no los publiqué. Es que todo suena mal y rimbombante y me da vergüenza.
Ya veremos.

jueves, 18 de octubre de 2012

Los temas parecieran concatenarse, muchas veces, más allá de la voluntad. Ayer, en la cena de chicas, hablamos de los codos salidos de diversas hijas. Por mi parte, conté que de chica me pasó dos veces y que es muy doloroso que te lo coloquen. Creo que está relacionado con que tengo los ligamentos flojos aunque ya ni sé quién tiró ese diagnóstico ni cuándo. Presumo que alguna de las muchas veces que me esguincé los tobillos o los dedos. Pero esta suerte de condición hace que sea una persona increíblemente flexible. Bastante más que la media.
Hoy llegué al club justo para hacer una clase de yoga después de cuatro años y, una vez más, quedó en evidencia la facilidad que tengo para posturas que parecen imposibles para los humanos. Y ese es uno de los motivos que me mantuvieron alejada de la disciplina: el miedo a una lesión por no estar bien supervisada. Después de la clase me metí al sauna a lavarme el pelo, el primer paso de mi nueva rutina, y allí me encontré a la señora que, antes de empezar la clase, me había recomendado buscar un tatami que hay en el vestuario para no lastimarme con las colchonetas. "¡Qué maravilla, qué bárbara, qué flexibilidad tienes!" exclamó mientras una excesiva cantidad de espuma le escurría por la espalda. "Gracias", dije desnuda, un poco mareada por la humedad, lavándome también la cabeza. Siguió diciéndome que debía ser una persona de mente también muy flexible porque al parecer hay una correlación entre la condición física y la mental. Contesté que no lo sabía y evité contarle que era la primera vez que lograba hacer una clase entera, concentrada, y que en la relajación había podido sentir que sí, que el piso me sostenía a mí -tal la consigna del profesor- y no yo al piso. Justo tenía una sensación de bienestar supremo que no conozco demasiado bien. En cambio la saludé con amabilidad y fui al sauna.
El profesor, durante la clase, habló dos veces sobre "pensamiento positivo" algo que me es ajeno por completo. ¿Qué es el pensamiento positivo? Lo negativo es parte esencial del todo. Y querer negar partes esenciales es de por sí imposible además de ingenuo. Más allá de estos detalles, que fueron nada más que eso: detalles, la clase me vino espectacular. De repente pareciera que la armonía es posible, abrazando los elementos negativos del sistema, arrullándolos, asumiéndolos y otros etcéteras. A ver cuánto dura.
Namasté.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Cada vez que me meto al agua pienso que no voy a aguantar la temperatura, demasiado fría para mí, pero después de unos segundos venzo el malestar inicial y me lanzo a nadar pecho. A la mitad del primer largo ya me acostumbré y a medida que pasan los minutos se vuelve cada vez más agradable.  Es extraño nadar, tiene algo de antinatural. ¿Por qué los humanos tenemos que aprender a nadar y no lo hacemos por instinto? O, al revés, ¿cómo es posible que los humanos nademos? Desplazarse por el agua es una sensación que no se compara a ninguna otra. Hundidos, tenemos que vencer la resistencia de la materia que, a la vez, resulta grata. De todas maneras, la forma en que se arruga la piel denota algo, pienso, un no estar preparados como especie para pasar mucho tiempo en ese medio. Intenté averiguar si los monos saben nadar pero Internet no me dio una respuesta cien por ciento satisfactoria: parece que algunos pocos sí y la mayoría no. Los gorilas parece que definitivamente no saben nadar y, es más, le temen al agua. Sin llegar a ninguna conclusión, dejo todo para mirar unas pelis.
El desempleo puede ser feliz. Mucho más de lo que jamás imaginé.

martes, 16 de octubre de 2012

Suena alguna canción pop igual a muchas otras canciones pop desde el cuarto de Simón. La pubertad trajo consigo la radio a la noche y algunas otras cosas más. La ironía, por ejemplo. Antes ya la manejaba pero de a poco va volviéndose más sofisticada. Y un dejo de desprecio, también. Hoy me preguntó si sabía lo que son fideos al burro. Mi hijo de diez años y nueve meses creyó posible que yo no supiera eso. ¿Cómo pretendo entonces que el mundo no me subestime?
El día se escurrió, sin ejercicio físico y sin vida social. Recién a las nueve y media de la mañana dejé la cama. Antes, temprano, había despachado a mis hijos mayores y les había hecho café a mi marido y a mi hermano para después volver a caer rendida. Entonces, con la conciencia de que era tarde porque a las doce tenía un conference, y después de desayunar tostadas con café con leche, me tiré sin cambiarme a trabajar en el sillón. Es una pena que no pueda ganarme la vida escribiendo sobre cosas que me interesan. Escribir acarrea mucho sufrimiento pero hay sufrimientos mucho peores, lo sabemos. Entre una cosa y otra se pasó la mañana y también el mediodía, y recién a las tres menos veinte de la tarde logré irme a bañar. Y de ahí salí con Camilo a buscar a los chicos a la escuela. Llegamos rápido a lo de la psicóloga y mientras Milo charlaba con Mary, jugaba con algún juguete y tomaba unos sorbos de té de limón, yo retomaba la lectura de una biografía con fotos de Freud que había empezado hacia un par de semanas. Leí varias cosas relativas a la vida de Freud a lo largo de los años pero con mi marcada tendencia al olvido nada me resulta del todo reiterativo. Fue la última sesión, María les dio el alta y dejó, como buena sistémica, la puerta abierta para que vuelvan cuando lo necesiten. Los cambios fueron rápidos e impresionantes, pasamos de una relación infernal a una que no solo es normal sino que roza lo agradable. De todas maneras, los retos parentales de Simón hacia Roberta no menguan. Veo mi reflejo en su acción. Aunque creo que hasta yo, con lo dura que soy, era más afable con mi hermano menor.
Uh, ahora suena Roxette. Necesitaría con urgencia que alguien viniera a educarlo musicalmente. Aunque tampoco es tan grave. Este mismo tema yo lo escuchaba a los trece, a los diez no sé si había siquiera llegado a los Beatles. En el coche me habían hecho escuchar a Fito Paéz. Al menos tenemos la certeza de que es muy poco probable que nos salgan hipsters.
A pesar de haber vuelto a pensar en formato post, todo el tiempo olvido lo que tenía para decir. Son las nueve y cinco de la noche y no sé a qué hora llegará D. Por las dudas, ya cené.
La vida es esto y nada más que esto. A veces me consuela el saberlo.

lunes, 15 de octubre de 2012

Los caminos de la vida,
no son los que yo esperaba,
no son los que yo creia,
no son los que imaginaba 



La temperatura es casi ideal, el cielo está límpido, la luz no parece otoñal. Sobre la mesa del comedor están los dos cuadros que trajo D de Buenos Aires, finalmente. Está bueno por fin poder tenerlo colgados, aunque falta que los lleve a enmarcar. Acabo de terminar de comer con los chicos, los dejé haciendo la tarea mientras todos tararéabamos la canción de Vicentico. Simón la sabe porque la cantaron con León y Benita en alguna visita a su casa. A veces me da tanta pena estar lejos. 
Madre se fue el sábado a la tarde, yo no estaba en casa porque tuve curso. Creo que se fue triste porque la distancia claro que es cruel. Aunque sea lo que hay. ¿El camino de la vida de quién será el que pensaba? Supongo que el de ninguno. El mío seguro que no. El viernes a la noche fuimos a la casa del papá de Martu porque estaba invitado un músico cubano, José María Vitier, que hizo la música de películas como Fresa y chocolate, aunque yo jamás lo había escuchado nombrar. El señor toca muy bien el piano y la noche estuvo regada por vino rico que yo no probé. Además de mi habitual abstinencia etílica, manejar y beber es una muy mala idea en mi caso. La cuestión es que mientras charlábamos con Teo, Mer y Martu, madre recordó cómo yo decía que no iba a casarme ni a tener hijos hasta los veintitrés años. Y lo decía con convicción. 
Ahora tengo que bajar a ver cómo va Roberta con sus cosas, se desconcentra con una facilidad pasmosa que puede ser tremendamente irritante. Desde hace un tiempo, le digo las cosas de muy buen modo las ciento cincuenta veces que hay que decírselas. Intento la paciencia perderla solo por dentro. Simón, en cambio, se saca todo nueve y diez y hace la tarea sin que tenga que estarle encima. Los hijos son, definitivamente, todos distintos. Ni mejores ni peores: distintos. Pero arriba de la máquina aeróbica en la que hice cuarenta y cinco minutos (ayer había hecho cuarenta) pensé que la familia es lo único que me salvó. Es en serio. Y es cierto. Soy esencialmente una depresiva funcional, que necesita sentirse querida y necesitada. Lo paradójico es que a pesar de querer que todos me quieran, no estoy dispuesta a hacer nada especial para caer bien. En realidad pienso que debería caerle bien a todo el mundo por default, porque intento ser buena persona, amable y preocupada pero la empiría me dice que sucede, por algún motivo extraño, todo lo contrario. Lo lamento mucho y a veces me hace sufrir. Otras, cuando estoy menos lábil, no lo pienso. 
Lo que sí es cierto es que la familia me salvó: el vacío por el sinsentido de la vida se va achicando hasta desaparecer, lo concreto gana terreno, lo único que importa es lo real e inmediato. Con lo bueno y con lo malo, claro. Roberta, por ejemplo, vino con su libro al lado mío a que le diga cómo tiene que ordenar unas letras mientras yo debería trabajar pero escribo. Y después de dejar a Simón en tenis voy a bajar a la Roma, a la casa de Domi, para resolver unas cuantas cosas, como el enmarcar los cuadros. 
Es bueno saber por qué uno está donde está, aunque el camino no lo hayas imaginado, ni pensado ni trazado. En mi caso puedo decir que la mayoría de las sorpresas fue para bien.

martes, 9 de octubre de 2012

Crónica de un viaje a New York, parte 5 (final)

Estamos con madre en el lounge de Korean Airlines que es espacioso y cómodo aunque la comida deja mucho que desear: hay solo galletas, unos paquetitos de queso muy difíciles de abrir, gaseosas, cacahuates, unas galletas Oreo y alguna otra porquería semejante. Madre se tomó dos copitas de vino y de postre le entró a las Oreo, no puedo entender cómo le gustan pero le gustan. Vinimos a este lounge gracias al Priority Pass de madre que tiene por Amex, como ellos no tienen su propio lounge te derivan a otro. Hay camas y duchas pero no las probé, todo me da mucha fiaca. Lo único que importa es internet. Es increíble cómo me empezaron a doler las manos ahora que se acerca la vuelta a casa. D está en Buenos Aires.
A la mañana terminamos de hacer el equipaje, fuimos a desayunar una vez más a Midtown, en donde me despedí de mis dos amigos mexicanos (uno era de Puebla y el otro de Guerrero, me enteré hoy, y vive acá hace seis años, cree que en dos más volverá para siempre) y anduvimos por la zona de compras, una vez más. El last minute shopping nos funcionó de maravillas, es increíble lo bien que le hace la presión al consumo. En DKNY estaba Adriana, la vendedora con la que charlamos el sábado, ni bien salios del hotel y a la que le dijimos que regresaríamos. "Oh, you came back, everybody says that but never do it" dijo, o algo parecido. Mientras madre se probaba una camisa de seda natural, Adriana me contó que vive en Queens (mi amigo mexicano también vive ahí) al igual que su familia y la familia de su novio, que es Armenio y que llegó a US a los once años. También me enteré de que quiere viajar y que le encantaría conocer México. La despedí hasta la "next time" y cuando salimos madre dijo "nadie se olvida de vos" cosa que es bastante cierta porque hay días en los que le hablo hasta a las piedras. Otros, por el contrario, estoy callada y reconcentrada, aunque parezca difícil de imaginar.
De DKNY fuimos otra vez al hotel, cerramos las valijas, las bajamos y nos tomamos un café en el Starbucks de Lexington, frente a la Sinagoga Central. Debiera haber algún cartel que dijera que todos los productos son kosher, pero no lo hay.  Para los chicos casi no conseguimos ropa, solo mucho abrigo en Uniqlo. Creo que NY podría ser una de las ciudades en las que me gustaría haber vivido, es una pena que ya es tarde para todo, que ya no soy joven y que no puedo volver el tiempo atrás para pasarme un tiempo sin mayores responsabilidades. En una hora tenemos que embarcar. El tiempo, cuando tenés wifi, pasa volando. Y acá parece no rendir. Tengo una novela para leer en el avión. Mañana vuelve todo a la normalidad, anque el despertador sonando a las seis y veinte de la mañana.
Ahora sí: esto se terminó. Ojalá se repita.
Bye bye NY.

lunes, 8 de octubre de 2012

Crónica de un viaje a NY, parte 3

Estoy adentro de la cama, una vez más, pero ahora me duele la panza y la cabeza. Creo que es a causa de un postre gigante que comimos con madre, lleno de helado cremoso. Un asco. La comida del China Grill no condice con ese postre groncho que nos trajeron. Un misterio.
Llevo un día de retraso porque ayer estaba demasiado cansada para escribir siquiera una página. Empezamos el día caminando desde el hotel (56 y Lexington) hasta el Guggenheim (5ta y 89), hicimos la cola un rato bajo la lluvia y vimos la muestra de Picasso Black & White, que me pareció espectacular. La etapa más extremadamente cubista no me interpela demasiado pero tiene unas cosas que me parecen increíbles además de que, por lo general, las obras en blanco y negro me gustan mucho. La exposición está super bien curada, no solo por la elección de la obra sino por la forma en la que están puestos los títulos de las obras y cómo las explicaciones aparecen al final del piso que recorriste. Mechamos con retrospectiva de Rineke Dijkstra, una fotógrafa holandesa que hace unos retratos increíbles. Todo me encantó, además de que el edificio siempre es un placer (el precio es bastante excesivo pero bueno, podés ir los sábados a la tarde y entrar con el "Pay what you wish" aunque como la muestra de Picasso es nueva y hoy era semi feriado, no creo que este finde hubiera sido el indicado). De ahí caminamos bajo nuestros paraguas (tuvimos que comprar uno en la puerta del museo porque yo olvidé traer el mío) a la Neue Galerie, donde vimos Ferdinand Hodler, view to infinity. Al principio me dio una hueva atroz ver la obra de un pintor suizo que me era totalmente desconocido (supuestamente fuimos porque el lugar es muy especial sin saber cuál era la current exhibition) pero al final, sus autorretraros, su historia personal y sus vistas del lago Ginebra terminaron conquistándome. A madre todo lo que sea extramatrimonial o que le suene a "obsesión" le parece muy fuera de la norma. Por mi parte me abstengo de agregar que los excesos y lo "anormal" muchas veces son el motor del arte porque creo que sobra en nuestra relación.
De ahí caminamos a comer a un lugar ni bueno ni barato que madre y padre frecuentan cuando vienen a NY, sobre la 5ta y de ahí en más nos dedicamos a las compras. Nada de cultura, puro consumo de ropa. Al terminar, dejamos las bolsas en el hotel y fuimos a otro de los restó que padres frecuentan cuando vienen llamado Serafina. Nada para destacar pero concurrido y ruidoso como se supone que tiene que ser un restó neoyorkino del Upper East Side, zona de comfort de madre. Llegamos arrastrándonos al hotel después de haber caminado este rectánculo de arriba a abajo, de abajo arriba y de este al oeste y de oeste a este.
Hoy desayunamos una vez más en el bar horrible donde tenemos nuestros vouchers y caminamos hasta la Grand Central y tomamos el tren que nos llevó a Beacon, pueblito a hora y cuarto que alberga el Dia Beacon, museo ex fábrica, enorme y muy lindo, lleno de arte conceptual de los 60s y 70s. Son obras bastante monumentales que no me llegan demasiado. Pero vale la pena ir para verlo porque es muy distinto a todo. Eso sí, la obra que se puede ver de Sol LeWitt es excelente, no lo conocía y me pareció muy grosso. El paisaje desde el tran es hermoso, con agua y árboles otoñales. Este viaje saqué muchas fotos de "cosas", algo que no suelo hacer y que estoy recién "descubriendo". A la ida hablamos mucho con madre pero a la vuelta intentamos descansar. En lugar de comer en el museo, decidimos esperar e ir a Eataly una vez que estuviéramos de vuelta en Manhattan. Así que una vez más, y a pesar de que ya era tarde, caminamos desde la Grand Central, 42 y 5ta, hasta la 23. Eataly es como un mercado bajo techo, donde venden un poco de todo (más bien italiano, como es imaginable) y donde hay pequeñas cocinas con barras de diferentes especialidades. Nosotras elegimos la de vegetales, estábamos bastante famélicas porque eran las cuatro de la tarde y no habíamos comido nada desde las diez. Mi comida, como un patelito de papa y tomates disecados, no fue nada espectacular pero las verduras grilladas de madre estaban muy ricas. La zona daba para pasear pero teníamos que volver a la "zona de comfort" a comprar unas cosas que nos quedaban pendientes (el perfume que madre compra en Saks, la compu del kinder, unos regalitos para los chicos en la tienda del MoMa) y yo no contradigo nada, todo me parece perfecto y pertinente. Esa es la clave de todo: y funciona.
De todas maneras, estoy super mega ultra relajada, disfrutando al cien por ciento, despejando la cabeza, viendo cosas lindas, gastando las piernas y compartiendo con madre unos días de pura tranquilidad. Lo aprovecho y lo agradezco.
Durante el día hay detalles que sé que me gustaría contar pero a esta hora ya olvidé todo. Sé que no tiene importancia. Mañana a las cinco y media de la tarde sale el avión así que esto está llegando a su fin. Hubiera querido pasear más por el Soho, Chelsea, ir al Met a ver la muestra de Warhol, andar más por Brooklyn, caminar por el puente y pasar por Target (uno de mis paseos super preferidos) pero todo no se puede. Seguramente vuelva a NY dentro de no tanto tiempo (la última vez que había estado fue cuando cumplí 30, que vine con D) aunque la realidad es que en los próximos viajes me gustaría conocer ciudades en las que nunca estuve y culturas completamente distintas, de ser posible. Veremos qué nos depara el destino. Por ahora vuelvo a México, mi ciudad (hoy en el desayuno, uno de los chicos era poblano y lo sentí un compatriota), a retomar mi rutina de madre (D se está yendo en este momento a Bs As así que la de esposa esperará unos días más).
New York, New York.

sábado, 6 de octubre de 2012

Crónica de un viaje a New York parte 2

Hoy también estoy metida en la cama pero ya son las once y diez y siento las piernas latir de cansancio. Hace un rato llegamos de comer en el MoMa y valió la pena la reservación. Aunque me da bastante lo mismo dónde como, siempre comer en lugares lindos y ricos es disfrutable. Primero compartimos con madre unos camarones grillados que venían con un acompañamiendo de repollo y una salsita suave y después comí unos círculos de un pescado que por la firmeza de la carne podría haber sido abadejo pero no estoy cien por ciento segura, venía sobre un colchón de choclo con unas almendras y unos mini tomatitos, la salsa era dulzona pero picante a la vez. Lo único que tomo es agua. Madre, en cambio, riega las cenas con una copa de vino tinto pero se abstiene del pan, no puedo decir lo mismo de mí. Esta vez fueron dos porque los segundos platos tardaron mucho y le sirvieron una de cortesía. Se la terminó toda. De postre pedí un domo de chocolate amargo y pistacho, con un helado también de pistacho que estuvo bastante bien. Madre tomó capuchino. Antes de cenar pasamos por Uniqlo y le compramos ropa a los chicos. Bueno, paramos bastantes veces a comprar ropa durante el día. De hecho, no visitamos ningún museo ni galería. Amanecimos a eso de las nueve de la mañana, nos dimos un baño y fuimos a desayunar al lugar horrible en el que sirven el del hotel, que tiene su cafetería en reparación. Después caminamos por la zona, fuimos a la óptica de Park Avenue en la que madre se compra los anteojos, entramos a diferentes tiendas y salimos corriendo hacia el subway para ir hasta Broklyn a encontrarnos con Lauri. Caminamos un par de cuadras por Williamsburg, plagada de hipsters disfrutando de la calidez del sábado y nos encontramos en el Café Mogador. A madre todo le parecía muy "simpático" pero igual a los lugares jóvenes de las ciudades que frecuenta. Es cierto que los hipster son bastante iguales en todos lados, cambia solamente la concentración por metro cuadrado, y Buenos Aires está bastante desarrollada en cuanto a "lugarcitos con onda". La comida estuvo de lo más amable, Laurita es un sol (a madre le pareció divina, "fresca" e inteligente y no es una persona muy fácil de conquistar) y cuando nos estábamos yendo apareció Solana, como si encontrarte con una conocida en el medio de Brooklyn fuera lo más normal del mundo. Una vez que nos despedimos de Lau, hicimos el camino de regreso en la línea L porque no nos daba mucho el tiempo para cruzar caminando, y recalamos en el Soho. Madre hizo unas compras, adquirimos un par de prendas para mis hijos mayores y después conchetiamos por la zona con un café en el medio porque las piernas ya no nos daban para mucho más (a mí además de las extremidades inferiores me dolía la panza de hambre, tomo una medicación que me hace estar famélica cada muy pocas horas). Intentamos volver al hotel en taxi pero fue en vano así que madre se resignó a tomar el subway de vuelta y fue una excelente opción. Ahora leeré unas páginas y mañana sí nos toca muestra de Picasso en el MET y de Warhol no sé donde y una galería que no recuerdo el nombre y un poco de shopping y caminata por el Central Park así que mejor dejo la compu e intento dormirme lo antes posible.

Así New York.

viernes, 5 de octubre de 2012

Crónica de un viaje a New York parte 1

Estoy metida en la cama aunque para mí son las nueve menos veinte de la noche. El día fue largo y cansador, viajar siempre lo es. Llamé a los chicos y lo habían pasado bien en el cine, fueron los tres con Silvia. Ojalá no tarde mucho en dormirme, muchas veces, a pesar del agotamiento, me cuesta conciliar el sueño.
A las cinco cuarenta y ocho me levanté de la cama, después de despertarme cada hora, nerviosa por la posibilidad de quedarme dormida. Después de un baño rápido, me vestí, cerré la valija, la bajé, puse agua para un café y desperté a los chicos. D ya se estaba yendo a bañar también. Despedí a todos, incluido Axel, que después de dos semanas en casa se volvió cuasi parte de la familia, y partí al aeropuerto. Camilo lloraba y gritaba "no te vayas, mamita". D subió a consolarlo pero parece que no se calmó nada rápido, repetía "me dejan solito". El show me hizo mella pero intento pensar que es esperable que un chico de tres años se comporte de esa manera. Los grandes me abrazaron y me la hicieron fácil.
Encontré a mi madre en el pasillo, antes de entrar a las gates; en realidad, ella me encontró a mí y me lo hizo saber con un grito. Habíamos quedado en vernos en Amex. Por primera vez en ocho años, me dijeron en la máquina donde metés el equipaje de mano que había salido sorteada para una revisión más en profundidad. Una cosa rarísima que por suerte pasó sin mayores sobresaltos. En el lounge no nos agarró wifi así que charloteamos y finalmente nos subimos al avión. El viaje se me hizo bastante corto, leí una novela que me pasó madre porque no había traído ninguna sabiendo que ella siempre porta de más. La cola de migraciones fue gigante y por unas movidas raras que hacen los gringos, terminamos siendo las últimas últimas. Lo único bueno que puedo decir es que el gordo bien wasp de nuestra ventanilla se quedó mirando la foto y cuando le dije que no estaba parecida porque habían pasado muchos años contestó que no, que estoy igual y que cuando vio mi fecha de nacimiento se sorprendió porque pensó que era más joven. De tan contenta hasta le sonreí y él rió con algún comentario simpático que deslicé. Debo confesar que su comentario me puso de infinito buen humor. Las valijas ya estaban esperándonos así que salimos directo al taxi. El tráfico estaba pesado pero charlamos de las cosas que charlamos siempre y no fue grave. Una vez en el hotel, que es una suite horrible pero grande, con wifi rápida y gratuita y bien ubicada (56 y Park), madre se dio un baño y cuando hubo estado lista (la pobre venía viajando desde ayer a la noche), salimos hacia el MOMA. Definitivamente el arte moderno y el contemporáneo son los que más me interpelan. Gusto de de Kooning y de algunos otros. Como los viernes a la noche es gratis, había un mundo de gente. Vimos la muestra de fotografía nueva, bueno, son todas nuevas adquisiciones de fotos contemporáneas que están bastante bien, aunque la foto no es lo que más me copa. Antes de entrar quisimos reservar en el nuevo restó pero no había hasta las diez así que preferimos dejarlo para mañana, dejando ya la reserva hecha. Como a madre le dolían las plantas de los pies y a mí el dedito chiquito del pie derecho, y ninguna estaba fresca, decidimos comer en el italiano de enfrente del hotel. Cuando entramos entendí que con mis casi treinta y cinco, bajaba el promedio de edad en veinte años como mínimo, pero como no me interesa para nada dónde ni qué como, por lo general, y el hambre que arrastraba era considerable, ni siquiera me importó. El mozo era argentino, de San Telmo, especificó con un acento de porteño pasado por unos cuantos años de NY, que es como un porteño más porteño que el común. ¿Será que a mí me pasa lo mismo? No lo descarto. En la mesa de al lado había una pareja de viejitos, con las manos artríticas, tomando con dedicación una botella de vino blanco. Cuando estábamos terminando nuestros pescados, el señor nos preguntó si éramos italianas. Más bien lo dio por sentado, creo que por nuestra gestualidad, sobre todo, porque no oía un catzo (de eso ya me había dado cuenta por cómo conversaba con la mujer). La cuestión es que nos pusimos a hablar, a pesar de su notoria sordera, y estaba muy interesado en que madre le dijera qué es lo que iba a pasar con Argentina. Repitió muchas veces que él iba seguido a Bs As y en un momento dijo que había sido secretario del tesoro y que había ido por el Plan Brady. Después habló mucho de Cavallo llamándolo Domingo. Le preguntamos en qué época había ido mucho a Bs As y dijo que en el 98, no recordaba quién era el presidente por entonces. El viejo hablaba en un inglés muy cerrado y costaba entenderlo aunque más le costaba a él escuchar lo que nosotras decíamos. Cuando madre le dijo que yo era su hija, comentó "she´s very pretty", no tengo que aclarar que el viejo empezó a caerme bastante mejor. Cuando madre se cansó de hablarle en inglés, de que él preguntara muchas veces lo mismo y de que callara a la mujer con un gesto, pedimos la cuenta y marchamos, despidiéndonos amablemente. Una vez acá lo googleamos porque era obvio que era alguien importante y el viejo resultó ser el propio Brady, Nicholas Brady, el creador del plan. Que era republicano y muy reaccionario se notaba a la legua pero ni de casualidad parecía tener solo ochenta y dos años (solo nueve más que mi padre y un abismo en todo sentido). Nueva York está lleno de sorpresas.
Y acá estamos, madre ya intentando dormir y yo por cerrar la compu.
Mañana será otro día.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Antes de ir a nadar me encontré con mi compañera de locker, la que es dentista y un poco antisemita a pesar de tener un hermano converso (o a partir de, vaya uno a saber). A pesar de su germanofilia y sus constantes comentarios reaccionarios, tenemos una relación muy cordial. Ella me cuenta que tiene a sus hijos enfermos y desliza que se lleva mal con el marido y yo le cuento sobre la fibromialgia, mis avances o retrocesos. Hoy hablamos de andar en bici por la zona. Ella dejó de lado la natación porque se manchó la cara del lado que saca para respirar y no le gusta que el agua esté caliente porque se cansa (solo una germanófila puede querer nadar en agua fría en invierno pero me abstuve de semejante comentario). Por eso se volcó al ciclismo y está contenta. Yo le dije que no aguanto subir siquiera la mini pendiente de mi casa por lo cual me recomendó que me compre una bici de montaña con cambios, obviamente. Cuando dije algo de mi capacidad pulmonar enunció: "pero tu eres muy insistente, una argentina insistente". Creo que fue un elogio aunque no estoy del todo segura. Además, no sabría bien cómo puede haberse dado cuenta ya que nuestras conversaciones son breves, generalmente semi en pelotas, encremándonos o con la canastita del baño en la mano. Tal vez lo dijo porque me vio yendo a nadar, a pesar de que conoce los dolores horribles que produce la enfermedad. Y sí, nadé cuarenta y cinco minutos a pesar de haber estornudado unas cuantas veces en el super y de que hoy empezó el frío y el cambio en el aire es notorio. Después fui al vapor, me lavé ahí el pelo, me puse acondicionador y sin enjuagarme fui al sauna. Es un nuevo ritual que incorporé a instancias de una señora que conocí en el sauna hace unos días. También me recomendó que me unte miel en la cara pero advirtió que no puede ser la del super. Ayer volví a encontrármela y hablamos largo rato sobre los beneficios de los lactobacilus búlgaros, también conocidos como "los búlgaros" con los que hace treinta años hace yogur natural todos los días. Parece que su mamá se los regaló y ahí los tiene, en una jarra de vidrio. El procedimiento debe ser fácil pero no me quedó muy clara la parte de enjuagar los bichos con agua o con leche. Parece que es una costumbre familiar de larga data, no sabe quién se los regaló a su mamá y ahí sigue, pasando de generación en generación. Porque también me contó que su hija se los llevó a Colombia el año que le "entregó" a la Iglesia. Se aprenden muchas cosas en el sauna, como ven. Parece que los legionarios tienen un programa así, como un servicio social pero religioso. Su otra hija hizo lo mismo pero en Cancún, dándole apoyo espiritual a jovencitas, aunque vaya uno a saber lo que eso significa. La cuestión es que prometió regalarme unos algún día (no creo que esto se cumpla pero los aceptaría encantada) porque no se consiguen en ningún lado y también me pasó un lugar en el que compra un kilo de miel natural a cien pesos, precio muy bajo para el mercado. Sería feliz desayunando yogur casero con miel y granola también casera pero por ahora no podrá ser. Por esta zona ni siquiera consigo quinoa. Dentro de mis planes también  está el probar hornear con espelta. A la vuelta lo intentaré.

En otro orden de cosas, uno de mis últimos pensamientos recurrentes versa sobre el carpe diem horaciano y su pertinencia local. Es decir, hay algo de la idiosincracia mexicana que tiende a un disfrute pleno del presente sin pensar en el mañana. Y mucho menos en el ayer. La nostalgia es uno de los sentimientos más extendidos en Buenos Aires, aunque sea subyacente pero, increíblemente y con mucho esfuerzo, hace varios años logré deshacerme de ese estigma y fue muy liberador. Nada bueno sale de mirar hacia atrás. Por otro lado, lo único válido es el ahora más exacto, el minuto a minuto, las conclusiones que podamos sacar "generalizando" son costructos que los sujetos necesitamos para sentir que hay algo más que el puro devenir. Es todo muy triste, eh. También tuve un montón de otros pensamientos tan crudos o más que este. Aunque no estoy mal, solo es cansancio. Y eso que el viernes me voy a NY. Pero no es fácil llegar hasta ahí y mucho menos lo que dejo.

Otro día me explayo sobre muchas otras enseñanzas que me fue dejando México en los últimos casi ocho años. Si puediera medir a cuánto estoy de la Julieta que se fue de Argentina seguramente daría unos cuantos años luz.

Solo se trata de vivir.