jueves, 27 de septiembre de 2012

A la noche, antes de dormirme, tengo mil quinientos temas sobre los que quisiera escribir. Como manejo mucho, nado y trabajo poco, estoy con tiempo para pensar (no así para escribir, los chicos me consumen el resto) en "cosas". Por ejemplo: reformas educativas integrales, reformas legales, planes de federalización para un proyecto de país real (Argentina), etcétera. Si supiera cómo canalizar mis inquietudes tal vez intentaría hacer algo, pero a priori ya sé que la resistencia del sistema al cambio termina ganando. Por lo cual dejo que mi cabeza siga girando en falso, como hace casi treinta y cinco años.

Ayer fue Iom Kipur, una festividad con la que no tengo ninguna relación. El límite de mi familia era la tradición, una vez que entraba dios, nos manteníamos al margen. Supongo que el ayuno para purificarse no es mala idea pero el judaísmo cada vez me interpela menos. Y ni que hablar lejos de mi familia. En realidad, cerca tampoco, nadie de mis parientes directos sabe absolutamente nada, ni siquiera la oración para prender las velas. Mis abuelos eran laicos, de ambos lados. Ateos todos, a decir verdad. Creo que mi padre tiene algún tipo de duda sobre la existencia de dios, pero lo tomo más como un deseo, una reflexión filosófica que una cuestión de fe. La fe no existe entre nosotros. Y por más que el judaísmo esté muy pegado a la noción de identidad, es complicado extirparle lo religioso a la hora de participar comunitariamente. De todas maneras,  no tengo ningún tipo de conflicto, soy judía sin ningún tipo de duda a pesar de que los hábitos judaicos me sean ajenos.

Pero lo importante es que ayer a la noche, mientras manejaba bajo la lluvia, intentando escaparle al tráfico tremendo que me tuvo varada en Reforma y después en Polanco, extrañé el sentimiento que tenía cuando íbamos a las cenas de Pesaj o Rosh Hashaná en la casa de mis abuelos. Nunca hubo ningún tipo de ceremonia, creo que alguna vez tal vez prendieron velas pero eso fue lo máximo a lo que llegamos. Ahora, siempre había matzá (si correspondía), berenjenas picadas, gefilte fish hervido y al horno, pollo y knishes deliciosos hechos por mi abuela. Alguna vez hubo sopa con matzá balls  pero no era nada común. De postre no se podían esperar alegrías, mi abuela militaba en el sadismo pasivo y, como conté muchas veces, hacía o isla flotante con sambayón o budín de ciruelas pasas con salsa inglesa. ¿Existirá algún postre menos tentador para personas menores de treinta años? También debe haber sido la única persona que al irse a a la costa Atlántica durante el año (Pinamar para ser exactos), le llevaba a sus nietos galletas de limón Havanna en lugar de alfajores. Ahora las galletas vienen bañadas en chocolate y pueden ser un poco más amenas pero no hay un solo chico que disfrute de una galleta ácida cuando podría estar saboreando kilos de dulce de leche cubiertos con chocolate en forma de montaña, por ejemplo. Lo más extraño de todo el caso es que recién en los 90 Havanna llegó a la capital, ¿por qué no comercializaban los productos en Bs as? ¿Para mantener la mística? La cuestión es que esas cenas no existen más, mis abuelos se murieron, mi madre no sabe hacer knishes (o no le interesa), detesta el gefiltefish, casi no hay familia en Bs As, ninguno de mis hermanos tiene pareja judía y lo que se va, no vuelve.

Ahora, ¿por qué los recuerdos de esa parte de mi infancia son los más recurrentes? Podría exponer muchas hipótesis pero hoy no tengo ganas.

Ah, también me acordé estos días de la pareja gay que compartía asiento con mis ellos en el abono del Mozarteum. Aunque semi progres, mis abuelos habían nacido a principios del siglo XX y la homosexualidad les resultaba difícil de comprender. Tal vez eran capaces de decir "igual son buena gente" o semejante. Pero los querían y de tanto en tanto (no puedo reponer la frecuencia) los invitaban a cenar a su casa. Mis abuelos hicieron de su vida un culto a la cultura. Escuchaban música clásica o jazz o alguna cantante judaica, leían mucho, iban a conciertos, hacían algún curso de historia (fueron amigos de José Luis Romero hasta su muerte) o política. Recién a los quince años de mi madre compraron una televisión. Ante esta actitud represiva, mi madre reaccionó como era de esperar criándonos a nosotros en una suerte de libertad absoluta en cuanto a los gustos culturales; jamás nos obligó a hacer una actividad extraescolar que no fuera inglés, y nos dejó ver toda la tele que quisiéramos. Así mi educación sentimental se basó, en exclusiva, en todas las novelas habidas y por haber: desde Estrellita mía hasta Antonella, pasando por Amo y señor, Cárcel de mujeres, Una voz en el teléfono, Amándote, La extraña dama, Celeste y demases. Creo que no perdoné casi ninguna. De todas maneras, por algún extraño motivo, desde que aprendí a leer no solté los libros. Supongo que encontré en la literatura otro refugio a la hostilidad externa. Nuestra infancia no fue un lecho de rosas aunque no cotiza, en relación a las infancias mundiales, como nada terrible. Pero ser hija de una clase media profesional, en una familia de segunda vuelta, no eran tan fácil en los 80. Supongo que ahora tampoco.

La cuestión es que me puse a leer todo lo que podía, cosas infantiles (nunca fui muy sobreadaptada, bah, hasta los once, al menos, que como tenía insomnio, mi madre me tiraba el primer libro que se encontraba por ahí y además de la biografía de Marie Curie, leí alguna que otra novela liviana y medio porno que también sumó a mi maltrecha educación amoroso-sexual): toda la colección de Robin Hood, leía y releía Mujercitas y afines y, además, sacaba los que no tenía de la biblioteca del colegio. Puck era otra de mis colecciones preferidas. Después pasé a Anne, la colección de la huérfana, hasta que a los trece empezó mi derrotero literario esperable: García Márquez, Herman Hesse, Hemingway, Cortázar, Borges y afines. Nadie se tomó el trabajo de guiarme, a pesar de ser una familia de grandes lectores. Tampoco tuve un faro en el colegio o entre mis pares. Hice lo que pude, como todos.

En cuanto a la formación extracurricular, dado que íbamos a una escuela del Estado, de jornada simple, a las doce y media del mediodía estábamos ya en casa, mirando los Tres Chiflados o Batman o lo que Canal 13 tuviera para nosotros (después llegó el cable y por ende Cablín con Jem & The Holograms, Mazinger Z y otro montón de dibujitos japoneses que a mi hermano y a mí nos copaban). Almorzábamos con nuestra madre, que nos preguntaba si teníamos tarea (no recuerdo una sola vez que me haya ayudado a hacerla; claro que nunca lo necesité tampoco y si pudiera no tener que ayudar a mis hijos, sería genial para mí), hacíamos lo que teníamos que hacer (que nunca era mucho) y después teníamos actividades varias. En primer grado hice danza clásica en un estudio serio y estricto que no se condecía con mi redondez y falta absoluta de talento, por lo cual al año siguiente le dije a mi mamá que no quería seguir y le pareció muy bien. En segundo entonces fui al Taller de la Flor, pintura y cerámica. Creo que fue de lo más progre a lo que me mandaron, no era el estilo que reinaba en mi familia, más bien todo lo contrario. Pintábamos y dibujábamos con distintas técnicas pero lo que más me gustaba era cerámica para la cual puede que haya tenido algún tipo de facilidad porque hice dos piezas que quedaron bastante bien (el pingüino me lo explotaron en el horno y lloré porque le había dedicado muchas horas de trabajo, hasta clases extra; y el rinoceronte, muy fidedigno para haber sido hecho por una nena de siete años, puede que esté en alguna caja en Bs As). Pero tuvimos que suspender porque era muy caro. Una pena, tal vez hoy otra sería la historia, quién sabe. Pero... ese mismo año, mi madre, que tenía treinta y tres años, decidió que quería aprender piano (de chica la habían obligado a estudiar guitarra y siempre lo odió). Recuerdo la tarde que fuimos a ver el piano a una casa con un jardín enorme, lleno de árboles frutales. Después, ese mismo piano fue transportado al comedor de nuestro pequeño departamento y yo pedí tomar clases como mi mamá y mi hermana mayor. Susana era seria, estricta y melancólica. Pretendía que fuera concertista aunque no podía siquiera completar un dictado rítmico. Como nunca tuve demasiada tolerancia a la frustración, cuando me salían mal (debía ser casi siempre) se me caían las lágrimas. Soy todavía menos afecta que el resto de los humanos a que me digan que hago algo mal. Mi hijo mayor lo heredó y no sé cómo hacer para transformarlo antes de que sea demasiado tarde. Lo peor es que no soy buena en nada. O sea, no compenso. La cuestión es que nunca toqué bien pero Susana me tenía especial cariño y utilizaba la hora de la clase para, además, contarme todas su -muchas- penas. El metrónomo que me prestaba para que me lleve y el alicate para cortarme las uñas, eran dos enemigos terroríficos. De todas maneras, siempre fui muy aplicada y estudiaba las pequeñas piezas que me iba mandando con asiduidad. Recién hace dos años tiré el cuardeno que usé hasta los doce. Dejé las clases por el curso de ingreso al colegio y creo que fue una liberación. La quería mucho pero todo el entorno y su personalidad eran demasiado opresivos. En primer año retomé pero en Arte en vivo (academia de Belgrano) con un profesor personaje (creería que jazzero), al que le causaba bastante gracia pero en todo el año aprendí solo una Sonatina de Mozart, bastante complicada, que ahora sería incapaz de tocar (si hoy tuviera un piano cerca me sentaría feliz pero en la mudanza vendimos el que teníamos). A los quince tomé clases de guitarra con Pablo, desde otro ángulo, aprendiendo con canciones de Spinetta, pero no pude agarrarle la mano ni un poco, lamentablemente. La cejilla fue mucho para mí y sin fa no podés aspirar a demasiado. Ojalá hubiera podido tomarme las cosas más relajada, pero siempre tendí a la formación seria y clásica. Fue con Sandra, mi verdadera maestra, con quién le tomé el gusto a la música barroca e intenté entender algo de armonía (con éxito nulo, no sé absolutamente nada de nada pero es culpa enteramente mía). Con ella tomé clases desde los dieciséis hasta los diecinueve, pero después la facultad me terminó de absorber. A los veintitrés quise también retomar desde otro ángulo y empecé con Diego Vainer pero el sorpresivo embarazo dejó todo en suspenso.

¿A qué venía todo esto? ¿Por qué hice un recuento de mi derrotero musical? Todo esto, además, ya lo conté hace años.

Los dedos me duelen. Tengo que juntar fuerzas para cambiarme, dejar la cama e ir a comprar un set para nadar como corresponde. El traje de baño turquesa con palmeras fluo no da para más. Además necesito una gorra y unas antiparras decentes (agarro del bote de las olvidadas en el club, cada vez que voy: vergonzoso). También quiero comprar un rompecabezas para que armemos con los chicos. Y debería trabajar aunque no tengo ni una pizca de ganas. En días como hoy, todo me cuesta mucho.

Esta semana tuve muchos pensamientos alrededor de la muerte. Les mandé un mail a mis amigas históricas preguntándoles si vendrían a despedirse en mis últimos días. Cuatro contestaron que sí y de una no obtuve respuesta. En realidad contestaron que era el mail más ridículo de nuestra historia. Jamás pienso en cosas semejantes pero ahora es recurrente. La muerte es algo muy triste, sea de quién sea. Empecé a releer (una vez más) La ética protestante y el espíritu del capitalismo, La voluntad de poder y Efectos personales, ensayos de Villoro. Creo que ninguno es pertinente para este momento pero la pertinencia y yo dejamos de ser amigas hace bastante tiempo.

En fin, a empezar el día que se acaba el mundo. Y hoy, además, pretendo hornear un par de budines.
La vida no es más que esto.

(Recién lo publico ahora por motivos de fuerza mayor)

lunes, 24 de septiembre de 2012

Escribo casi porque quiero mucho a mi amiga, mi hermana, el ser que me mantiene firme en esta ciudad. La oscuridad se cierne sobre mi alma. Pasa poco, suelo ser bastante cándida, buena onda, con buenos pensamientos y poca preocupación por todo lo que pasa al costado. Gusto de andar por mi carril sin que la vida ajena me importe. Y lo logro bastante bien. Estoy convencida de que la única manera de ser feliz es olvidarse de lo que dicen, hacen, esperan, tienen, etcétera, los demás. Lo creo fehacientemente. Porque cuando te preocupás por el resto en esos términos lo único que queda es resentimiento. Ahora me está siendo un poco difícil y soy tan obvio que empiezan los dolores de panza. Ni para tener pensamientos de perra soy buena. Perra para nada. Por lo demás, una vida bastante aburrida, nada de drogas ni de rock & roll, poco sexo, mucha maternidad (que vendría a ser todo consecuencia del mucho sexo de otras épocas), mucha comida, algunos dolores corporales, muchos dolores de cabeza, la visita de un suegro, un curso, nada de ropa nueva, un viaje próximo a NY, un marido que trabaja mucho (y que siendo casi las once menos veinte de la noche sigue en la oficina), algo de nado (hoy no por mal tiempo y pile cerrada por mantenimiento), muchas compras en el super, un destello de angustia existencial.
¿Alguna vez se te pasan las ganas de que todo el mundo te quiera? Cuando mejor te caés a vos mismo, mejor te recibe el mundo; es una verdad muy obvia pero que a veces olvidamos. Tal vez la clave consiste en no mostrar la miseria pero... Qué patética es la gente a la que jamás escuchás decir que se equivocó. Nunca lo había pensado hasta la semana pasada pero existe gente, lo creas o no, que nunca reconoce errores o piensa que hace todo bien, en este sentido desde siempre el que me resulta más condenable es el de las "madres perfectas". Las madres que no tienen una visión crítica sobre sus hijos y su maternidad deberían ir al matadero. Sí, en esa tesitura me encuentro: el de la violencia como posibilidad. Y ni te cuento el grupo de las madres "amigas". Esas me dan ganas de golpearme la cabeza contra la pared a mí misma. ¿Qué peor que creerte una madre canchera? Los hijos quieren protección, amor, límites, incondicionalidad, respeto, contención. En este campo hago mucho agua aunque diría que en el mismo volumen que en los otros campos de mi existencia. Ando falladísima. Sentimientos parecidos al de otras épocas muy lejanas que pensé que no volverían. El eterno retorno no me da respiro.
Extraño a mis afectos, aunque la hostilidad me pesa sin si quiera estar ahí. Extraño también la liviandad, el ser sin pensar. Que no me duela la panza. Pero ¿qué hago acá? Quiero tener cerca a mi mamá, a mis hermanos. Quiero hasta tener a mi familia política a mano. Si no soy una paria ¿por qué tengo que vivir como si lo fuera? Las rispideces del exilio.

Acá estoy, a corazón abierto, exponiéndome: eso sigue sin importarme. Y me hace acordar quién soy.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Debiera ser inmediato: si nadás, ya no te duele nada. Pero a juzgar por los cuarenta minutos sin respiro y los dolores que me siguen aquejando, no sería así. El médico dijo que nade o que haga algo aeróbico que me divierta. El sábado hice quince minutos de zumba. Venía bien pero como era fecha patria había dos profesores invitados y uno era desastroso. Logró deshacer toda la fuerza de voluntad que le estaba poniendo. Además, tenía que ir a buscar a Simi y a Nico a contadero, antes bañarme, buscar a Tita en casa y pasar a comprar un libro para Eva por el centro comercial Interlomas. Y después tenía asado en casa así que había que hacer guacamole, peperonata y crumble de peras. D había sacrificado su tenis para ir a hacer las compras y preparar pozole. Hizo dos ollas gigantes de pozole. Además del asado. A la noche fuimos a lo de María y lo llevamos. Siguió sobrando pero mucho menos. Creo que lo llevó a la oficina porque en el refri no está, uso todas las partes del cerdo que existen en el mercado, parece que estaba rico; no lo probé porque soy incapaz de comer algo tan grasos, mi cuerpo no lo digiere. Tampoco me gusta.
Hoy es semi feriado. En realidad no es feriado pero los chicos no tuvieron clases. El 15 de septiembre es el grito pero creo que el 16 es el feriado oficial. Cuando cae día de semana... Le di el día a Silvia porque vino su hija de Puebla con los nietos para ver desfilar al hermano. Simón se vio todo el desfile en nuestro cuarto mientras nosotros dormíamos. Dtespués salimos a ver los aviones que pasaban formados como bandadas de pájaros. Es increíble que acá los militares no tengan el aura de hijos de puta que le vemos los argentinos a nuestro ejército. Al no haber golpes, la mirada es muy distinta, cuasi inocente. Y el desfile es de interés nacional.
Recién a las doce del mediodía logramos salir del cuarto. Desayunamos pesado: D pozole y sandwichito y yo varios panes con queso crema. El día anterior había dado cuenta de la mitad de la torta de chocolate que había traído Mercedes. Deliciosa pero una bomba para mi aparato digestivo. A esa altura por suerte ya no la sufría. Luego de disquisiciones varias y algún entredicho decidimos ir a CU. Llegamos rápido, paseamos por el MUAC, cuyas muestras suelen parecerme cualquier cosa pero el edificio es increíble, y después los chicos patinaron por la zona (nos echaron de la explanada pero caminamos hasta un circuito que arman a unas cuadras). A las cinco llegamos a un cumpleaños que había sido el día anterior. Chicos llorando de hambre, un matrimonio peléandose, una tarde que no terminó bien. Ahora Milo y Tita juegan con Feli y Juana mientras yo espero a Pau con sus hijas. Simón se fue con D a la oficina y no quiso volver a hacer tenis. Yo lo busqué al pequeño que también se había ido pero como tuve que llevar una cosa de trabaja me lo porté de regreso. El día supo ser soleado y ahora es gris. Los dolores no me dan tregua. Comería otra vez medio pastel de chocolate. El cuerpo me lo pide.
Y no mucho más. Ah, Shaná Tová, otro año que pasa sin cena. Ya me acostumbré.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Qué fea la gente que solo gusta de la plata. El dinero como mero fin. No, en realidad no, el trabajo como un medio solo de ganar dinero. Qué vacío. ¿O vale? Hablo de la burguesía pseudo progre, el común de la gente tiene que trabajar para sobrevivir por eso es deprimente que la gente que puede elegir no lo aproveche. En realidad, vale, claro pero qué feo. Es como querer ir a Disney. ¿Quién quiere ir a Disney? Por suerte mis hijos ya fueron, llevados por sus abuelos. Y una vez fuimos a Disney Land y me puse a llorar porque esperé afuera con el bebé y los otros tardaron en salir. Lloré con lágrimas, parada, corriéndome del sol rajante, a que salieran de la casa de Mickey Mouse. Una escena patética. Igual ese viaje estuvo bueno. Paseamos por LA, nos cambiamos en los baños de un mall para ir a la casa del primo Lalo, ese que compuso la música de Misión imposible que todos conocemos. La mansión está un poco venida a menos pero entrar a una de esas de Beverly Hills nos pareció divertido. Después cenamos a las siete de la tarde en un restó italiano hablando en inglés, algo que me hace sufrir. Fue hace tres años. El año pasado pasamos por LA antes de ir a Las Vegas y fuimos al Soho House, el lugar más idiota del mundo, con idiotas que se sienten importantes porque es un lugar exclusivo en el que no se pueden sacar fotos porque van famosos. Después tuvieron que llevarme a comer una pizza porque estaba muerta de hambre y no quise pedir nada por los precios escandalosos. Muchas veces cuanto más feo el lugar más lo disfruto. Otras no. Ayer, por ejemplo, comí con D en Polanco porque tenía que trabajar en su oficina. Antes quise renovar el pasaporte argentino pero me dijeron que volviera en un par de semanas. Nada es serio. Entonces fuimos a comer a Common People, la comida es nada pero la terracita es linda y comer sola con él hace que me enamore más. Estar enamorada es hermoso. El matrimonio es tan burgués. Y sin embargo...
Odio a los gringos porque no entiendo para qué viven. Volvemos a la acumulación de capital como signo de moralidad. Ya lo dijo Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo pero como lo leí a los dieciocho, mucho no me acuerdo. Hace unos años intenté releerlo pero no pude concentrarme. Ahora no sé dónde está. En mi casa los libros se pierden. O alguien se los lleva. Los presto y no tengo control y así desaparecen. Ya conté muchas veces que no me importa. El capital simbólico tiene que circular. La mayoría de los libros que leí no están en mi biblioteca. Tampoco me los acuerdo. Volvemos también al "no sé para qué leo".
¿Hay algo más miserable que el humano? No. La gente mala me supera. Pero si hay algo peor que la maldad es la falta de inteligencia y la combinación, bueh, ni te cuento. Solo la gente brillante debería darse el gusto de ser conchuda, lamentablemente no se estarían expidiendo certificados.
Extraño Buenos Aires y extraño a Domitila. A veces me gusta hablar con gente casualmente. Decir lo que pienso del mundo. La banalidad me aburre. Los chismes, en cambio, para nada. Los amo. Mañana es la fiesta de Pauli, debería estar ahí. Pero estoy más acá que nunca.

Excursus de horas.
Muchos chicos en casa. Simón hizo unas galletas alucinantes con chips de chocolate, cocina mucho mejor que yo, es sorprendente para un varón de diez años. Decidí que de ahora en más voy a rodearme de gente buena y nada más. Una obviedad que no es tal, eh. La combinación de muchos niños y paz me da una felicidad indescriptible. Nunca voy a escribir de verdad porque los adverbios terminados en "mente" me resultan insoslayables.
Ahora los tres juegan con el amigo del Coco a Legos hace horas. Antes jugaron en el parque con los otros tres niños que había en casa. Yo espero a D para ver una peli.
La vida no es más que esto.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Ojalá tuviera más tiempo para escribir. Aunque no sé por qué podría querer más tiempo dado que no tengo nada interesante para decir. Doblegada, mi cuerpo como una cárcel, las ciudades lugares horribles, llenos de miseria e injusticia y gente que vive como si nada pasara. Pertenezco a ese grupo. Igual extraño la vida citadina. Ayer caminé por Amatlán, doblé por Tamaulipas y llegué a la librería Rosario Castellanos desde la casa de la psicóloga de mis hijos (ahora van los dos grandes juntos, los sistémicos son así de heterodoxos, brindo por eso), en la Condesa. Sentir el asfalto, mirar la calle para cruzar, los olores. Al mediodía había estado en el mercado de Medellín, después del dentista, comprando flores, dulces típicos para que Simón lleve el viernes a la kermese del colegio (el finde se celebra la independencia de México) y calabaza de la que nos gusta a nosotros y que solo se consigue buena cuando se acerca Halloween (es obvio que se impuso como adorno porque es temporada pero los términos se invierten en muchos ámbitos con demasiada facilidad). Amo los mercados, quisiera poder ir a uno caminando. Caminar sigue siendo lo que más añoro de mi otra vida. Pero mi casa está en un lugar tranquilo, tengo mi propio pasto, una pequeña huerta, un limonero, dos durazneros, dos ciruelos (de distintas especies). Ojalá tuviera también un nogal y una higuera.
Estos días estuve pensando en la muerte. Hay periodos en los que de solo representarme el sintagma mentalmente un escozor me recorre el cuerpo. Otros, como este, pienso en la muerte como lo que es, para mí: la dadora de sentido. Solo la mía. Queriendo además que sea después de los noventa y sin sufrimiento. La muerte de mis padres todavía me parece impensable y ni hablar la de otros afectos. Siquiera voy a escribirlo.
Desearía vencerle el miedo a la bici y tener un estado físico mejor para poder afrontar la topografía de mi colonia. Por ahora parece imposible, el cuerpo no está respondiendo, los dolores van y viene.
En el plano de la cotideaneadad, ayer también comí con Martu y la charla siempre es agradable. Tengo sueño todo el tiempo. D se quedó dormido antes del primer gol de Argentina, o sea a las nueve de la noche. Mi descanso es muy relativo. Roberta empezó a levantarse de mal humor, lo que convierte la madrugada en un momento intenso. Camilo no tuvo clases porque clausuraron su escuela, esperemos que mañana esté solucionado. Fuimos juntos al super. Habla sin parar, como si estuviera relatando la vida. De todas maneras, hubiera querido ser con sus hermanos más grandes la madre que soy con él. Paciencia casi infinita y ternura constante. Ahora come m&ms mientras mira una peli al lado mío. A la una y media lo llevo a natación -con Mer y Clara que vienen a conocer la pile-, a las cuatro Simón tiene tenis, a las cuatro y media Tita tiene Flamenco y a las seis guitarra. El organigrama de mi vida es un caos.
Lo único que tengo ganas de hacer es mirar una peli echada en silencio. A la noche hay cena de chicas en Merotoro, espero tener fuerzas para ir, la fibromialgia no me está dando respiro.
Compré un libro de Christa Wolf para madre y compré uno de ensayos de Villoro, cuyo nombre no recuerdo, para mí. Intento terminar El testigo. Mañana a la mañana me toca embajada argentina para renovar pasaporte y el viernes médico clínico para ver mi estado general porque sigo con los ganglios inflamados.
El lunes  a la noche vinieron Nacho y Eva para definir lo de las vacaciones y aunque no avanzamos gran cosa, quedó claro que por D seguimos insistiendo en el tema Riviera Maya.
 Esta es la vida que me alcanza.

lunes, 10 de septiembre de 2012

De repente siento que tengo que escribir cosas de cierta "trascendencia", no las boludeces que solía escribir y que, por cierto, son casi las únicas que se me ocurren. Es un pensamiento pelotudísimo al que decidí no darle bola. Escribo lo que puedo, cuando quiero, y sin mayor pretensión que la de descargarme y/o decir algo que se me pasó por la cabeza. Dejando esto sentado, puedo contarles que volvió D el viernes en un estado de idilio sentador que, como era de esperar, ayer ya se le había pasado. Igual disfruté mientras duró. El sábado tuvimos cumple infantil de día, con un clima primaveral digno de mayo y no del septiembre de esta ciudad. Sol, calidez, brisa. La pasamos bien, comimos mucho (al menos yo), volvimos con una hija menos (no la abandonamos sino que se fue a dormir a la casa de una semiamiguita), vimos 360 de Meireles (unas mierda atómica, muy cercana a las pelis de Gonzales Iñárritu-Arriaga) y después los dos últimos capítulos de Breaking Bad. Programón. Ayer pensamos en hacer asado con alguien más, más que nada marido tenía ese plan, pero nadie podía así que hicimos mini asado para nosotros solos, hitazo. Y después vi dos pelis pésimas mientras D se hacía una siesta tardía y Simón se fastidiaba por el encierro. Así que decidí que no es buena idea pasar dos días en el suburbio sin que vea varones, que hay que salir y hacer un poco de vida cultural aunque de fiaca y nos hayamos levantado de la cama a eso de las once de la mañana. Extraño mucho a Domitila. La ciudad es un páramo sin ella (para mí, claro, y seguramente para un par más pero los otros millones siguen como si nada). Además, entregué el trabajo que me tenía ocupadísima y el horror vacui se impone. ¿Por qué mi neurosis es tal que necesito trabajar para sentirme bien? ¿Por qué no me alcanza con tener paz y armonía familiar? Gustaría de que eso fuera posible. De todas maneras, amanecí a las nueve y media, me levanté recién a las diez y media, desayuné tranquila, sentada, fui al club, hice quince minutos de elípitica y luego estiré (nunca olviden que tengo fibromialgia, sufro de dolores y de cansancio crónico a pesar de tomar medicación), hice sauna, baño, fui a generar el CURP de mi hijo menor, intenté cortarme el flequillo pero la señora de la pelu nunca apareció, me saqué una radiografía dental panorámica y pasé por el super a comprar un par de cosas. Volví, leí diarios unos minutos, llegaron mis hijos mayores, comimos, ayudé a hacer tareas, firmé cosas, llevé a hijo mayor a tenis, a hijo menor a natación pero tuvimos que esperar, después de la clase en la cual se quejó una tercera parte de que ya se quería ir, lo bañé, pasamos por casa, merendé algo, hablé por tel, fui a buscar a hijo mayor a tenis, pasé a buscar a hija por la casa de María, arreglamos horario para que tomen clase de guitarra y volví, saqué ropa para mañana y ahora bajaré y mientras ellos cenan prepararé una rica picada porque vienen Nacho y Eva a que decidamos vacaciones. D ya no me da pelota, no me llama y me habla con fastidio cuando lo llamo yo.
Tuve un mini rato de angustia pero la exorcicé pensando en algo que no recuerdo. Mañana creo que intentaré nadar y después iré al dentista, me autoinvité a comer a lo de Martu, tengo que buscar a los grandes en el after de la escuela y después llevarlos a la psicóloga en la Condesa. Y así esta rueda sin fin. No tengo ni idea del sentido de la vida pero de repente esta cotideaneidad es lo único que vale.

Y la verdad, al final, lo único que queremos todos es que nos quieran.