lunes, 14 de abril de 2014

Es lunes, el aire está cálido, entra sol por las persianas, los chicos miran una peli, yo estoy con la computadora en la cama. Algo parecido a la felicidad. Si no me sobraran todos estos kilos tal vez sería felicidad completa. O no.

Pasan las semanas y acumulo ganas de escribir. Pero ¿para qué? ¿qué digo? Y ahí el problema: es más fácil quejarse que ser feliz a los fines de la escritura. Recuerdo lo miserable que fui durante años y parece otra vida, de otra persona. Ahora, por más triste que esté, sé que es un momento, que pasa, que no vuelve. Que a pesar de ser malo hay que disfrutarlo, que inclina la balanza.

Estoy desconectada de Buenos Aires. Es difícil (o imposible) estar en dos lugares al mismo tiempo. O tenés una vida en uno de los dos o tenés vida en ninguno. Y yo quiero tener toda la vida, comerme la vida. La conciencia de la finitud en su máxima expresión. Disfruto de mis hijos, templé el carácter, limé la ansiedad. De a poco, tal vez logre un equilibrio. A mi manera, claro. Uno no deja de ser uno nunca. Por suerte. Porque eso que queda, a pesar de lo que cambia, es el yo. Lo permanente. Que suele ser inefable. Como todo lo que importa.

Es muy poco, entonces, lo que tengo para decir. Mis días son parecidos unos a los otros. Mi marido sigue siendo mi marido. Simón se fue de viaje a Canadá. Es grande. No me extraña. Yo sí. A veces quisiera otro bebé. No es un pensamiento realista, es una fantasía. Quedan pocos años para poder reproducirse y aunque ya hice el duelo, a veces quiero otro bebito. Porque los hijos son vida. Sí, sueno a Patria, Familia y Propiedad. No me importa. Que se te ablande el corazón no te hace menos inteligente.

Voy a vestirme para ir al club. Tengo tremendos problemas de espalda hace semanas. El dolor no mengua. Pero no me vencerá.

Me voy a autocitar: así las cosas.

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